El uso del hormigón como elemento constructivo nos lleva hasta el Imperio Romano -a día de hoy son muchas las edificaciones de esta época las que se mantienen en pie-, pero es a partir del S. XIX cuando se empieza a trabajar con este material de la forma en que lo conocemos actualmente.

Desde su primer uso, el ser humano ha investigado la manera de perfeccionar sus características mediante ensayos, aditivos, distintas formas de aplicación y combinandolo con otros materiales. Esta evolución, por contra, no ha podido frenar el deterioro de las estructuras de hormigón que se ven sometidas a los agentes medioambientales, movimientos de tierra y desgastes de todo tipo; siendo los costos de reparación muy elevados.

Sin embargo, recientemente un grupo de investigadores en el que participaron las universidades de Binghamton y Rutgers, ha conseguido desarrollar una solución a este problema: El hormigón autorreparable.

La investigación tenía como foco, encontrar una forma de solucionar las pequeñas grietas que se producen en las estructuras y que son una vía de acceso de los agentes contaminantes. Partiendo del conocimiento en la capacidad de los sistemas biológicos de autorepararse, la búsqueda de este nuevo hormigón pasaba por encontrar un elemento que mezclado en el proceso de fabricación, reaccionara posteriormente al contacto con el agua.

El elemento en cuestión, es un hongo llamado Trichoderma reesei. Al filtrar agua por las grietas del hormigón, las esporas germinan y a medida que crecen actúan como relleno en las grietas, impidiendo así la entrada de más agua u otros agentes contaminantes.

Además, este hongo es respetuoso con el medio ambiente, no resulta tóxico para la salud humana y ya se usa en otros procesos industriales.

Aunque la investigación sigue su curso, esta es una muy buena noticia para la industria.