Existen más de 9.000 tipos de sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS por sus siglas en inglés), es decir, de los llamados «químicos eternos». Gracias a su resistencia a la suciedad, el agua, la grasa, etc., los PFAS se emplean en la producción de lubricantes, envases alimentarios, revestimientos antiadherentes, espumas extintoras, textiles, cosméticos y otros muchos productos. Se trata de unos elementos químicos producidos por nuestra especie, ausentes en la naturaleza, que no se degradan y que, por tanto, se acumulan en las plantas, los animales, las fuentes de agua y, en general, el medio ambiente. A estas alturas, se encuentran en prácticamente todo el mundo, incluso en el agua de lluvia y el hielo ártico.
Sin embargo, cosa que nos afecta más directamente, los PFAS también se han abierto camino hasta el agua del grifo en los hogares y, por tanto, también se encuentran en nuestros cuerpos. De los miles de tipos existentes, solo la presencia de 20 de ellos en el agua potable cuenta con alguna regulación en el mundo (2024). Varios estudios relacionan los PFAS con el cáncer y otras enfermedades. Y, en la actualidad, solo la depuración por membrana consigue eliminarlos del agua, aunque la mayoría de plantas depuradoras no utiliza ese método. En Europa se debate la posibilidad de prohibir completamente estas sustancias eternas, aunque todavía no se ha llegado a conclusión alguna al respecto.
Ahora, el investigador William P. Fagan y las investigadoras Shannon R. Thayer y Linda K. Weavers, del Departamento de Ingeniería Civil, Medioambiental y Geodésica de la Universidad Estatal de Ohio, Estados Unidos, han encontrado una posible solución para la eliminación de los PFAS. Su experimento, publicado en Journal of Physical Chemistry A, demostró que los ultrasonidos con frecuencias bajas degradan diferentes longitudes de cadena del sulfonato de fluorotelómero, uno de los tipos de PFAS. Hasta ahora se había investigado la posibilidad de utilizar elementos oxidantes para la eliminación de estos químicos eternos, pero los científicos de la Universidad Estatal de Ohio han demostrado que se puede realizar sin recurrir a ningún aditivo y, en consecuencia, como una solución sostenible.
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Los ultrasonidos de baja frecuencia comprimen y estiran la solución líquida y generan acumulaciones de vapor que estallan violentamente en un fenómeno conocido como burbujas de cavitación. Estas burbujas son como pequeñas cámaras de combustión, de forma que, cuando viajan a áreas de alta presión, se comprimen rápidamente, colapsan y liberan una gran cantidad de energía, hasta el punto de alcanzar temperaturas de más de 9.000 °C. Esta energía rompe los enlaces de carbono-flúor de los PFAS, los degrada y produce como residuos sustancias inocuas.
Por ahora, los científicos detrás de esta investigación apuntan a que la tecnología de ultrasonidos no puede aplicarse a gran escala, ya que requiere una gran cantidad de energía. Sin embargo, apuntan a una interesante opción: sistemas domésticos de purificación del agua por ultrasonidos. «Nuestra investigación gira en torno al intento de pensar cómo escalar a algo más grande, y qué necesitamos para que funcione», señala no obstante la investigadora Linda Weavers en declaraciones que recoge la Universidad Estatal de Ohio. Y concluye: «Estos compuestos se encuentran en todas partes, así que a medida que aprendemos más sobre ellos, es importante entender cómo pueden degradarse y descomponerse para avanzar en la ciencia».
Fuentes: Zero Water, ACCIONA I’MNOVATION, European Environment Agency, Universidad Estatal de Ohio.
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