La arquitectura paleocristiana, que se desarrolló entre los siglos III y VI d.C., representa una transformación en la construcción de monumentos y espacios religiosos en Europa. Se trata de un período al que dio lugar el cambio social y cultural que trajo consigo la adopción del cristianismo como religión a finales del Imperio Romano. Más allá de otros aspectos, veamos cómo la iluminación natural desempeña un papel esencial en la arquitectura paleocristiana, más que por su funcionalidad, por su simbolismo y su carácter litúrgico.
Las basílicas paleocristianas, inspiradas en los edificios civiles romanos, se adaptaron para el culto cristiano. Estas estructuras, como la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, Italia, se caracterizan por su orientación hacia el este, donde el ábside recibía la luz del sol naciente, a la que se hacía simbolizar la resurrección de Cristo. El diseño según esta orientación reforzaba además la importancia del altar, ubicado en el ábside.
La arquitectura de las basílicas incluía una nave central elevada, flanqueada por columnas que dividían el espacio en 3, 5 o incluso 7 naves. El uso de techos de madera, más ligeros que los de piedra, permitió reducir el área de muro y abrir ventanas en la parte superior o claristorio. Estas ventanas franquean la luz natural, que cae sobre la nave principal como metáfora de la presencia divina y crea un ambiente solemne y espiritual.
Los baptisterios, espacios dedicados al rito del bautismo, solían tener formas centralizadas y estaban coronados por una cúpula con una linterna o un óculo. Esta disposición permite la entrada de luz cenital, que ilumina directamente la pila bautismal y hace referencia así al renacimiento espiritual. Las ventanas altas, por su parte, dirigen la atención hacia el acto sagrado, en una atmósfera general de solemnidad y reverencia. El Baptisterio de San Juan, en Poitiers, Francia, y el Baptisterio de San Juan de Letrán, este último de planta octogonal, son dos claros ejemplos.
Los martyria, construidos para albergar reliquias de mártires, presentan una arquitectura centralizada, con luz cenital proveniente de una linterna. Este diseño produce un acentuado contraste entre luz y sombra, en un ambiente de recogimiento y reverencia que subraya su sacralidad. Un ejemplo destacado es el Mausoleo de Santa Constanza, en Roma también, donde la iluminación refuerza el carácter solemne del edificio y acentúa la importancia de las reliquias que alberga.
Finalmente, aunque las catacumbas son espacios subterráneos, también incorporan soluciones para la iluminación natural. Pozos de luz estratégicamente ubicados proporcionan una tenue iluminación que simboliza la conexión entre el mundo terrenal y el celestial. La luz alcanza los nichos funerarios y las pinturas murales y refuerza así los temas de la esperanza y la resurrección presentes en el arte paleocristiano. Muestra de ese uso de la luz de manera simbólica, en un contexto funerario, son las Catacumbas de San Sebastián y las Catacumbas de San Calixto, ambas en Roma.
Por Guillermo Ferrer, arquitecto sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic