Cuando se considera la relación entre arquitectura y poder, se asume a menudo que los regímenes totalitarios producen edificios monumentales y opresivos, y que las democracias, en cambio, erigen estructuras transparentes e inclusivas. Sin embargo, la historia desmonta esta simplificación: la Casa del Fascio, de Giuseppe Terragni (construido entre 1932 y 1936), con su atrio central abierto al público, adoptó formalmente principios que hoy consideraríamos democráticos, mientras que el brutalista Ayuntamiento de Boston (inaugurado en 1969), obra de una sociedad liberal, puede resultar tan hermético como un búnker.

La verdadera arquitectura democrática se define por su gobernanza y vocación de servicio, no por códigos formales. Podemos identificarla mediante cinco criterios fundamentales:

Participación frente a imposición

Proyectos transversales como la Escuela Primaria de Gando (Burkina Faso, 2001), de Francis Kéré, surgieron de talleres comunitarios donde los habitantes definieron necesidades reales. Kéré empleó tierra compactada y ventilación pasiva, técnicas locales reinterpretadas con ingeniería contemporánea. Este proceso contrasta con megaproyectos como Brasilia, donde, pese a su lenguaje moderno, Lucio Costa y Oscar Niemeyer operaron con una lógica vertical.

Integración vs. espectáculo

La Mediateca de Sendai (Japón, 2001), de Toyo Ito, muestra cómo innovar sin romper el diálogo urbano. Sus «tubos de luz» estructurales crean un hito reconocible que, sin embargo, mantiene la escala humana. Frente a él, rascacielos como el 432 Park Avenue neoyorquino (2015), aunque construidos en democracia, imponen su egoísmo formal sin aportar valor cívico.

Calidad accesible, no elitismo

El Ayuntamiento de Säynätsalo (Finlandia, 1952) de Alvar Aalto sitúa su mejor espacio —un jardín elevado— en el corazón del complejo, simbólicamente accesible a todos los ciudadanos. Mientras, muchos «iconos» de la arquitectura contemporánea reservan sus áreas privilegiadas para usos privados.

Sostenibilidad como responsabilidad

Las Piscinas de Marés en Matosinhos (Portugal, 1966), de Álvaro Siza Vieira, muestran cómo adaptarse al entorno: los muros de hormigón siguen la línea de las rocas, y el agua se filtra naturalmente.

El test definitivo: el usuario anónimo

La arquitectura verdaderamente democrática a menudo no firma portadas: son escuelas rurales, centros de salud o viviendas sociales. En estos casos, el diseño surge de necesidades concretas, no de manifiestos estilísticos. No busca el mérito rápido, sino que sirve a un programa exigente de necesidad social, científica, etc. No se trata de lo vistoso que sea el edificio, sino de cómo vive en él —y con él— la comunidad.

Por Miquel Solís, arquitecto sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

Imágenes: wikimedia.org

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