La Inteligencia Artificial (IA) que conocemos y a la que ya casi nos hemos acostumbrado es una herramienta de precisión milimétrica, aunque confinada todavía a un propósito específico. Esa especie de «oráculos de silicio» nos ayudan con eficiencia y rapidez a predecir el clima o a redactar un correo electrónico, pero carecen por completo de intención. Resolver esa carencia es precisamente la idea que persiguen ahora los laboratorios de vanguardia, lo que se conoce como Inteligencia Artificial General (IAG).
El objetivo ya no es un autómata obediente, sino la chispa de un razonamiento fluido; una mente sintética capaz de aprender, razonar y adaptarse a dominios para los que jamás la programamos. Este no sería ya un avance incremental, sino un cambio de paradigma. Se trata de una ambición por cuyo futuro apuestan ya gigantes como OpenAI, Google —a través de DeepMind— y Meta.

Las promesas asociadas rozan lo utópico, casi lo teológico. Se habla de una IAG capaz de erradicar enfermedades mediante el modelado de proteínas a velocidades antes inimaginables; o de resolver la crisis climática mediante la optimización de cada vatio de energía del planeta; o de descifrar los misterios de la física cuántica. En esencia, se perfila como la promesa de un verdadero socio intelectual, que no solo responde, sino que propone.

Sin embargo, el abismo nos devuelve la mirada. La construcción de una inteligencia superior a la humana plantea dilemas éticos. ¿Cómo garantizar que una mente que opera a una velocidad y complejidad incomprensibles para nosotros permanezca alineada con los valores humanos? Y otra cuestión más inquietante aún: ¿con qué valores humanos? Quien sabe si lo que hacemos es crear un poder para resolver todos nuestros problemas, o convertirlo en el último al que nos enfrentamos.

La IAG es hoy más un planteamiento teórico que una realidad. Sin embargo, dada la velocidad a la que evoluciona la IA y la rapidez con que se ha integrado en nuestras vidas, quizá llegue mucho antes de lo que estamos dispuestos a creer.

Por Manolo Barberá, modelador hidráulico sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic


