En los albores de la inteligencia artificial (IA), descubrimos una verdad sorprendente: las máquinas más avanzadas necesitan las palabras más antiguas. Y es que, lo que comenzó como un catálogo de comandos informáticos ha evolucionado hacia un nuevo lenguaje liminal —ese espacio intermedio donde la sintaxis humana se encuentra con la lógica computacional. No es español, ni código binario, sino algo intermedio: un metalenguaje emergente que redefine nuestra relación con la tecnología.

En efecto, ya existe una nueva clase de creadores que no programan en el sentido tradicional, pero cuyo oficio requiere una precisión comparable a la de un relojero suizo. Son los prompt artists, o artistas de las instrucciones, aquellos que han desarrollado una intuición casi musical para, dosificar una cantidad justa de contexto, seleccionar el término preciso que active el patrón deseado y estructurar peticiones como si compusieran haikus tecnológicos.

De hecho, ya hay ejemplos de que sus creaciones —esas instrucciones perfectamente calibradas— tienen un precio contante y sonante. La venta de instrucciones para el programa de generación y edición de imágenes Midjourney, que producen estilos artísticos específicos, es una realidad. Plataformas como PromptBase o PromptHero funcionan como casas de subastas lingüísticas. Y existen empresas que pagan buenos salarios a ingenieros de instrucciones para que optimicen sus flujos de trabajo con IA. Es la fiebre del oro del siglo XXI, donde el metal precioso son combinaciones precisas de palabras en inglés, español u otros idiomas que las IAs entienden especialmente bien.

Curiosamente, cuanto más avanzan los modelos de lenguaje, más se reduce la necesidad de instrucciones complejas. Lo que hoy requiere tres párrafos de instrucción meticulosa, mañana podría necesitar solo una frase. Esta evolución plantea preguntas fascinantes: ¿se trata de una habilidad transitoria? ¿Será la ingeniería de instrucciones solo un peldaño en la escalera hacia interfaces más intuitivas? ¿O acaso esta «ingeniería conversacional» se convertirá en una suerte de nueva alfabetización básica?

En última instancia, ¿no irá la ingeniería de instrucciones menos sobre controlar máquinas y más sobre entendernos a nosotros mismos? Al fin y al cabo, al enseñar a la IA a pensar, revelamos inevitablemente cómo pensamos nosotros los humanos. Quizá sea precisamente ese el descubrimiento más valioso de todos.

Por Manolo Barberá, modelador hidráulico sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

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