El estudio What cities can learn from the brain (o Lo que las ciudades pueden aprender del cerebro), de Robin Mazumder, investigador del Future Cities Institute de la Universidad de Waterloo, Ontario, Canadá, publicado recientemente en Nature Human Behaviour, defiende un planteamiento que recoge las últimas tendencias en urbanismo y propone algunas novedades. Entre ellas, que los principios de la organización neuronal de nuestro cerebro, tomados como modelo urbanístico, mejoran el diseño de las ciudades, al hacerlas más eficientes y adaptables y, por tanto, más resilientes.
Redes interconectadas en el cerebro… y en las ciudades
Los sistemas de transporte en las ciudades funcionan, en un sentido metafórico, de forma similar a los impulsos eléctricos que viajan a través de las redes neuronales. Sin embargo, de acuerdo con investigaciones en neurociencia como las de Danielle S. Bassett y Edward T. Bullmore (de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, y la Universidad de Cambridge, Reino Unido, respectivamente), el cerebro optimiza la transmisión de información mediante redes neuronales jerárquicas, según una especie de «ley de potencia» (en estadística, la ley de potencia es una relación funcional entre dos cantidades, según la cual, un cambio en una cantidad da lugar a un cambio relativo, proporcional al incremento elevado a un exponente constante, en la otra cantidad; es decir, una cantidad varía como potencia de otra).
Pues bien, según esas investigaciones, unos pocos nodos neuronales centrales aumentan su capacidad para conducir el flujo creciente de señales, mientras que el resto actúa solo como soporte. Traducido al transporte en la ciudad, este se podría organizar en centros de distribución estratégicos —como estaciones de transporte multimodal—, de forma que aumentaran su capacidad durante las crisis, redujeran así posibles congestiones y sirvieran de apoyo a una movilidad más eficiente y fluida.
Resiliencia y modularidad neuronal… y urbanística
Otro de los hallazgos de estudios de neurociencia como el citado es la capacidad del cerebro para recuperarse de daños gracias a su modularidad. Con ello, cuando una zona neuronal falla, otras redes suplen su función. Las ciudades enfrentan a menudo desafíos similares, ya sean desastres naturales, fallos en la infraestructura, o cualquier otro tipo de contingencia. Pues bien, para que un urbanismo sea igual de resiliente, debería imitar la modularidad de la organización cerebral.
Las ciudades podrían acercarse a esa modularidad mediante sistemas descentralizados como redes eléctricas locales alimentadas con energía renovable, barrios autosuficientes capaces de operar de manera independiente, etc. Un ejemplo de esta organización sería la de las conocidas «supermanzanas» de Barcelona, o la de la «ciudad de 15 minutos» de París, donde —teóricamente al menos— los ciudadanos cubren todas sus necesidades, o donde los servicios esenciales se hallan a corta distancia. En ambos casos se reduce su dependencia de arterias viales centralizadas.

Crecimiento sostenible del cerebro… y de las ciudades
En un corolario del aspecto anterior, las ciudades crecerían de forma mucho más racional, como repetición de unidades modulares como las referidas. De hecho, el cerebro humano crece de forma constante sin colapsar, algo que no estamos seguros de que las ciudades puedan lograr. El estudio What cities can learn from the brain señala que, para evitar la saturación de un crecimiento caótico y desorganizado, las metrópolis deben adoptar modelos escalables como los señalados, además de disponer de espacios multifuncionales y de ajustarse a una densificación planificada.
Aprendizaje adaptativo en neurociencia… y en urbanismo
La plasticidad cerebral ofrece otra lección al urbanismo moderno. Efectivamente, el cerebro cuenta con una asombrosa capacidad para reorganizarse en respuesta a nuevos estímulos. En un sentido similar, y en lo que es de hecho imitación de este principio, ciudades como Singapur o Amsterdam utilizan datos en tiempo real para ajustar semáforos, rutas de autobuses y hasta el alumbrado público.
La inteligencia artificial abre un campo por explorar y tiene un papel importante en esta propuesta de urbanismo futuro. Mediante su integración en la gestión urbana, se potencia sobremanera la adaptabilidad de la ciudad —lo que en el cerebro es plasticidad—, al anticipar problemas como embotellamientos, contaminación, etc.
Neuromímica… en las ciudades
Si las ciudades emulan la eficiencia, adaptabilidad y resiliencia del cerebro, podrían convertirse en entornos más habitables y sostenibles. El desafío ahora es trasladar estas ideas del laboratorio a las calles, y para ello son necesarias políticas públicas —es decir, de todos— que prioricen una organización… ¿como la de las redes neuronales del cerebro? Quizá. Al fin y al cabo, si algo nos enseña el cerebro es que la inteligencia reside en la flexibilidad y la adaptabilidad.
Hay más ejemplos y un debate apasionante abierto sobre esta cuestión que, para no cansaros, trataremos en una próxima parte II. No os la perdáis. De hecho, os animamos a suscribiros a nuestro boletín de noticias para que así sea.
Fuentes: Nature Human Behaviour, Research Gate.