En el corazón de la metrópolis cartesiana, en el Nueva York de ángulos rectos y futuros planificados, sobrevive una anomalía. Un desafío. Se trata de una hectárea cercada en Governors Island que, a ojos de los desprevenidos, puede parecer un solar abandonado o un desguace; no, se trata del The Yard de Play:groundnyc.

En este lugar, el instrumental lúdico no se compone de polímeros de colores brillantes y superficies diseñadas para evitar cualquier peligro, sino de martillos, clavos, sierras, maderas recuperadas, neumáticos, barro y una infinidad de objetos y materiales reciclados más. Es un indómito espacio de creación, un laboratorio de la infancia real.

El concepto, que hoy pudiera parecer radical, hunde sus raíces en la Europa de posguerra. Nace de la aguda observación del arquitecto danés C.T. Sørensen: los niños muestran una creatividad infinitamente superior en los caóticos terrenos en construcción, que en los pulcros parques que él mismo diseñaba.

Aquellos primeros «parques de chatarra» —skrammellegepladser— inaugurados en Dinamarca en los años 40 del siglo XX, se convirtieron en un manifiesto pedagógico que defendía el valor del desorden y la autonomía infantil frente al juego regulado. Al proporcionarles herramientas y confianza en la misma medida, los niños descubren en estos espacios, procesos cognitivos inalcanzables a través del ocio prefabricado.

En Play:groundnyc aprenden que el riesgo no es una abstracción, sino una variable tangible que debe ser calculada y gestionada. Una rodilla raspada se convierte en un insignificante peaje en el camino hacia la maestría y la resiliencia, esa misma capacidad que la sobreprotección les niega sistemáticamente. Allí, los niños se convierten en arquitectos de sus propias aventuras y descubren la física a través del error.

Vivimos, sin embargo, en una época de asepsia existencial que sacrifica la libertad en el altar de una seguridad absoluta. Hemos envuelto a la infancia en un plástico de burbujas que cercena la capacidad para explorar sus límites. Por eso, Play:groundNYC no es simplemente un parque: es un acto de resistencia. Un recordatorio urgente de que el crecimiento no se encuentra en la ausencia de peligro, sino en su confrontación consciente y en la libertad fundamental de errar.

Por Manolo Barberá, modelador hidráulico sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

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