Imaginad que entramos al taller de un maestro escultor renacentista: sonido rítmico del mazo contra el cincel, lascas que saltan con el polvo y la lenta, casi imperceptible aparición en el tosco bloque de mármol de una forma más o menos sublime. Ahora, traslademos esa imagen a un estudio de escultura contemporáneo: un hipnótico brazo robótico danza en una coreografía programada mientras su muñeca de acero no golpea, sino que fresa, lija o extruye para dar vida a una pieza de complejidad inaudita.

Este último no es un escenario de ciencia ficción, sino la realidad de la producción digital: una revolución que utiliza el brazo robótico, una herramienta de la industria pesada, en su labor. Pero la verdadera capacidad de este robot no reside en repetir millones de veces una tarea, sino en ejecutar millones de tareas diferentes con idéntica precisión.

Ahora, pasemos al campo de la arquitectura y la tematización, que es a donde queremos llegar, y veremos que la producción digital se sustenta en tres pilares:

Del modelo 3D a la realidad física

El diseñador —el escultor, el arquitecto… el «tematizador»— se vale del ordenador para crear una forma compleja en 3 dimensiones. Luego, se sirve de un programa informático especializado que traduce la geometría de dicha forma en un código de movimientos (G-Code en inglés) que el robot ejecuta con precisión milimétrica.

Un cincel para cada ocasión

Las «manos» del robot, o efectores finales, son intercambiables. Puede sostener una fresadora para tallar madera o piedra, un cabezal para imprimir en 3D con arcilla o polímeros, un alambre caliente para cortar espuma o incluso una pinza para ensamblar piezas con delicadeza sobrehumana.

Precisión infatigable

A diferencia de los artesanos humanos, el robot no se cansa. Trabaja sin pausa en geometrías de extrema complejidad matemática, con tolerancias inferiores al milímetro, y garantiza así que la visión digital se materializa sin concesiones.

El diseñador, pues, ya no se limita a dibujar planos; ahora diseña el proceso de fabricación mismo. Se convierte en un «coreógrafo de robots», un maestro de obra digital. Es un regreso a la figura del arquitecto-constructor, pero armado con las herramientas más avanzadas de nuestro tiempo.

Y sin embargo, lejos de generar una arquitectura fría o deshumanizada, el brazo robótico, empleado como un cincel de precisión, nos permite reintroducir la ornamentación, la textura y la identidad en nuestros edificios. Con ello, la tecnología más sofisticada se hace aliada de la belleza y singularidad de la artesanía.

Por David González Molina, gestor BIM en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

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