El término «ciudad-esponja» fue acuñado a finales de la década de 1990 por el arquitecto japonés Kuniko Urashima. Desde entonces, ha ganado relevancia en los ámbitos del urbanismo y la arquitectura sostenible, entre los numerosos planificadores, diseñadores, funcionarios gubernamentales, etc., que se ocupan de esas disciplinas, y también entre los ciudadanos preocupados por el desarrollo futuro de nuestras ciudades. Al fin y al cabo, alrededor del 56% de la población mundial reside ya en áreas urbanas (2021), y se espera que en 2050 alcance cerca del 70%.

Precisamente, la «ciudad-esponja» supone una solución tan innovadora como prometedora para abordar los desafíos medioambientales, sociales y económicos a que se enfrentan, como consecuencia del cambio climático, las áreas urbanas en expansión. Así, los espacios urbanos que responden al modelo de ciudad-esponja son capaces de absorber y retener de manera eficiente el agua, y de gestionar la energía y los desechos, de acuerdo con el funcionamiento de los ecosistemas naturales.

Efectivamente, el diseño de la ciudad-esponja favorece la filtración del agua de lluvia en el terreno, así como su almacenamiento y aprovechamiento posterior. En contraste, el urbanismo tradicional, que recurrió históricamente a pavimentos impermeables, depende únicamente de las redes de alcantarillado para la gestión de los aluviones.

Con todo, además de minimizar el impacto medioambiental de las áreas urbanas, las ciudades-esponja buscan mejorar al mismo tiempo la calidad de vida de los residentes. Estas cuentan con jardines de lluvia, techos verdes, pavimentos permeables, parques y humedales, y tanques de agua subterráneos. Así son capaces de gestionar el agua de manera más natural y eficiente.

Por Ángel Ibáñez Pérez, ingeniero MEP sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

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