Según datos de UNICEF, unos 860.000 rohingyas, «más de la mitad de los cuales son niños», viven actualmente en Bangladesh, en varios campos de acogida. Los rohingyas son una minoría musulmana de Myanmar, país vecino, que durante las últimas décadas, tras distintas persecuciones y varias oleadas de emigración, se refugió en parte en Bangladesh. Un proyecto arquitectónico, desarrollado por la comunidad de refugiados rohingya con el apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU (OIM), ha llamado nuestra atención. Se trata del Centro Cultural de la Memoria Rohingya. Es obra del arquitecto local Rizvi Hassan, según diseño conceptual de Manuel Marques Pereira (a la postre, coordinador de la OIM para la respuesta a los rohingya en Bangladesh).
Situado en la cima de una colina, en medio del campo de refugiados, tanto el diseño como la construcción del centro comunitario se efectuaron según un proceso que implicó a los miembros de la comunidad rohingya. El objetivo, más allá de limitarse a construir una estructura, fue el de establecer un entorno creativo y participativo que promoviera la salud mental entre sus miembros. Con ello, el edificio del centro cultural se convirtió en un conjunto que materializa, es decir, recopila, preserva y difunde, todo al mismo tiempo, la cultura, los conocimientos y las historias del pueblo rohingya. ¿Cómo fue esto posible?
Empecemos por el diseño: el proyecto reunió a los artesanos de la comunidad en talleres que «se consideraron como estudios de diseño». En estos, se pusieron en práctica ideas sin orientación preconcebida o sesgada, de manera que emergieron muchos de los conocimientos culturales y procesos artesanales que representan el patrimonio inmaterial de los rohingyas. Varios elementos del edificio final son resultado directo de los talleres artesanales. Por ejemplo, se pidió a los artesanos que reflejaran su recuerdo o historia favorita a través del diseño de una pequeña ventana. Así, uno de los muros del centro, confeccionado con ellas, materializa memorias de las casas propias, de la pesca, de los elefantes o los pájaros, de los arrozales, etc. Otros talleres, en cambio, dieron lugar a otros componentes, como un rincón para la exhibición de barcos en miniatura, baldosas de arcilla para el suelo, tabiques modulares de bambú, paneles de nipa, etc.
El diseño final se decantó en un conjunto con cuatro tejados que permiten recoger el agua de lluvia y reutilizarla, y que crean a su vez cuatro patios centrales que airean y abren a la luz los espacios interiores del edificio. Las sombras de los aleros extendidos más allá de la estructura central, garantizan la protección contra la lluvia intensa, ya sea vertical u horizontal. Al mismo tiempo, crean espacios alrededor para la libre circulación de la comunidad y los usuarios. Por otra parte, en la base de los tabiques se previeron una serie de vanos con forma triangular que permiten el desagüe y la ventilación.
Respecto a la construcción del Centro Cultural para la Memoria Rohingya, aquellos mismos artesanos de los talleres de diseño y muchos otros voluntarios, ofrecieron sus manos y sus conocimientos para llevarla a cabo. A tal fin, se seleccionaron una serie de materiales naturales, adecuados para sus destrezas, de forma que pudieran emplear las técnicas que conocían para la construcción. Un ejemplo de ello son los tejados de hoja de nipa, un material que los rohingyas conocen a la perfección y que utilizan tradicionalmente en muchos ámbitos.
Así fue cómo se creó el que es un lugar colectivo que ofrece sentido de unión y pertenencia a sus ocupantes. Podéis comprobar todo lo dicho en este magnífico vídeo: