Published On: 04.03.2014|Categories: Noticias generales|

Arquitectura
La palabra “arquitecto” está compuesta de los vocablos griegos archós (jefe, guía) y técton (constructor). Literalmente, director de una construcción. El primer arquitecto registrado documentalmente, el egipcio Imhotep, no sólo diseñaba pirámides sino que organizaba y supervisaba el trabajo en la obra. Y sus obras perduran, su figura deificada aparece junto al faraón en las inscripciones.

En la Antigüedad no existía la separación actual entre arquitectos, ingenieros, directores de obra, consultores y calculistas. Separación que no existe por cierto en otros sectores manufactureros, donde la figura que diseña un producto es normalmente también su fabricante.

El papel del maestro-constructor se mantuvo durante la Edad Media. Es durante el Renacimiento cuando empiezan a destacar las facetas estilísticas del arquitecto, su firma personal. Un proceso que culmina durante el siglo XIX con el aumento en complejidad de las obras y la formación de asociaciones separadas de arquitectos, constructores e ingenieros.

La construcción pública de obras entró en crisis durante la Gran Depresión de los años 30. Se exacerbó la percepción del riesgo y para evitar el abandono de contratistas en plena obra se legisló la aportación de garantías obligatorias por su parte. La Miller Act de 1935 en Estados Unidos provocó una separación clara entre la contratación del arquitecto para diseñar la obra, y la figura del contratista que la ejecuta, definiendo las responsabilidades legales y monetarias de cada uno.

Sin embargo, desde finales del siglo XX se produce un retorno paulatino a la figura del “maestro constructor”. Una sola entidad contrata con el cliente, integra todas las profesiones y asume todas las responsabilidades de principio a fin. Puede ser una empresa constructora que subcontrata a un arquitecto, o viceversa, un arquitecto que ofrece los servicios de ejecución.

En ambos casos, la ventaja de esta estructura radica en la retroalimentación de consideraciones arquitectónicas y constructivas en todas las fases de ejecución, una optimización de costes y plazos y una mejora en la calidad final de la construcción. Es especialmente indicada en proyectos innovadores e interdisciplinares como los que nos ocupan en la arquitectura del ocio.

En 2006, este moderno método ya representaba más de un 50% de la obra pública en los EEUU. Lo curioso es que significa una vuelta a la forma de hacer las cosas que se mantuvo durante milenios.

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