La arquitectura subterránea, una vez relegada principalmente a instalaciones militares y refugios, surge ahora como solución para abordar de forma innovadora los desafíos de sostenibilidad, o la escasez de espacio en entornos urbanos. Esta tendencia experimenta un renacimiento con un nuevo enfoque, que se orienta al diseño ecológico, la eficiencia energética y la optimización del espacio.
Ejemplo de ello es el proyecto Sala Silvermine en Suecia, que ha transformado una antigua mina de plata en un complejo subterráneo y un hotel. Su diseño aprovecha la inercia térmica del suelo para reducir al mínimo las exigencias energéticas para calefacción y refrigeración. Otro caso ejemplar es el Museo Subterráneo del Templo Mayor, en la Ciudad de México, donde la arquitectura se integra de manera armoniosa, con mínima huella ecológica y escaso impacto visual, con la riqueza arqueológica original.
El ahorro en el coste de climatización o el uso de los terrenos en superficie para jardines o infraestructuras, son algunos de los beneficios de la arquitectura subterránea. Estas posibilidades redundan en una contribución directa a la mitigación del efecto isla de calor en la ciudad.
Dada la creciente densidad demográfica y las restricciones de espacio en los centros urbanos, la arquitectura subterránea ofrece una oportunidad para repensar la relación con nuestro entorno. La arquitectura subterránea nos anima así a cuestionar los paradigmas del diseño contemporáneo, hacia un futuro más sostenible y eficiente en la utilización de los recursos naturales y el aprovechamiento del espacio.
Por Juan Guardiola Cutillas, arquitecto sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic