Vamos a dedicar merecidamente este espacio a un proyecto de arquitectura de una audacia fascinante y de una singularidad superlativa. Se trata del Reggio School, que abrió sus puertas en septiembre del año pasado (2022) en Madrid, España. Para empezar, de acuerdo con el planteamiento de sus artífices, los arquitectos del estudio Andrés Jarque / Office for Political Innovation, «la arquitectura de la escuela aspira a convertirse en un multiverso donde la complejidad estratificada del entorno se haga legible y experimentable, evitando la homogeneización y las normas unificadas». Efectivamente, la primera impresión que causa la contemplación del edificio del Reggio School es la de un objeto casi vivo, orgánico, compuesto como un collage de formas caprichosas e inconexas, en un juego dinámico y juvenil, animado de buen humor, alegre y divertido.
En un «ensamblaje de diferentes climas, ecosistemas, tradiciones arquitectónicas y normativas», el edificio de la escuela Reggio School se eleva en capas superpuestas. La primera planta, con un diseño que la sitúa en contacto directo con la tierra cruda, a la que se accede con solo dar un paso, sin separaciones visuales, se dedica a los estudiantes más jóvenes. Los niveles superiores, en cambio, se han consagrado al estudio de los alumnos de clases intermedias y superiores. Un jardín interior, con «depósitos de agua regenerada y tierra» bajo una estructura de invernadero, recorre verticalmente las cinco plantas, hasta los últimos niveles del que quizá convenga referirse mejor como objeto arquitectónico que como edificio.
Ligadas por ese jardín interior, las aulas de los alumnos de mayor edad se organizan «como en un pequeño pueblo». No obstante, la segunda planta se constituye como un ágora cuya arquitectura «anima a profesores y alumnos a participar en el gobierno de la escuela y a interactuar con los paisajes y territorios circundantes». Se trata de una zona con casi 500 m2 de área y 8 m de altura, ambientada con pequeños jardines construidos específicamente para albergar comunidades de insectos, mariposas, pájaros y murciélagos, cuyo diseño se debe a una «red de ecologistas y edafólogos». Tal como lo resumen sus arquitectos, el concepto general que orienta el diseño y la construcción de la escuela Reggio consiste en «la idea de que los entornos arquitectónicos pueden despertar en los niños el deseo de exploración e indagación».
Pero el proyecto, de una complejidad y profundidad inusitadas, va mucho más allá. Así, y siempre según sus arquitectos, su diseño, construcción y uso amplían y superan el paradigma de la sostenibilidad, en un enfoque cabal gracias al que se entrecruzan en la misma arquitectura «el impacto medioambiental, las alianzas más que humanas, la movilización material, la gobernanza colectiva y las pedagogías».
Respecto a la preocupación por el impacto ecológico, el edificio ejemplifica una «estrategia de bajo presupuesto» para minimizar su huella medioambiental según los siguientes principios de diseño, a saber: la verticalidad para reducir la ocupación de suelo; un recorte «radical» de la construcción mediante la renuncia a revestimientos, falsos techos, suelos técnicos o fachadas ventiladas, así como el análisis y dimensionado de la estructura para afinar el grosor de los muros de carga; y, por último, un envolvente para el 80% del edificio de 14,2 cm de corcho denso proyectado de 9.700 Kg/m3. El resultado es un edificio desnudo en el que «la inédita visibilidad de sus componentes operativos define su estética».
Solo cabe añadir que, al contrario de lo que suele ser habitual en arquitectura, ninguno de los sistemas mecánicos y de servicio del edificio se oculta en su estructura, sino que se mantienen decididamente visibles. Con ello, «los flujos que mantienen activo el edificio se convierten en una oportunidad para que los estudiantes se cuestionen cómo sus cuerpos e interacciones sociales dependen del intercambio y la circulación de agua, energía y aire».
Fuente e imágenes: Andrés Jarque / Office for Political Innovation.