Durante sus casi 30 años de labor, los miembros del equipo de diseño, arquitectura y construcción de Amusement Logic se han hecho una pregunta de forma recurrente. Fue una cuestión imprescindible en el ejercicio de su trabajo, es decir, en el desarrollo de los más de 300 proyectos en su haber —entre ellos, parques acuáticos, parques temáticos, hoteles y resorts, campings, centros comerciales y otras atracciones de ocio y turismo. Si los comunes se hacen la pregunta, en ocasiones, por simple curiosidad, en el caso del equipo de Amusement Logic, siempre es por oficio: ¿qué sienten los visitantes, usuarios y turistas, los niños, jóvenes y adultos, las familias, al cruzar la entrada de una atracción?
Se trata de una pregunta metódica que el equipo de Amusement Logic se plantea después de escuchar los deseos y aspiraciones de los promotores e inversores, quienes esperan por lo demás la mejor respuesta posible. Al fin y al cabo, se refiere a la experiencia o las experiencias que dicho proyecto debe ofrecer a su público. De hecho, la respuesta definirá la atracción o, en proyectos complejos —en los cuales la cuestión se repite para cada una de las secciones con que cuenta—, cada parte de ella. Sin embargo, esa respuesta —o tantas como partes tenga el proyecto— no siempre será la misma en lo concreto, aunque para la compañía, desde un punto de vista general, es siempre la Fórmula AL.
No se trata de una cuestión retórica, su resolución tiene un efecto material, visible, primero en el diseño y la arquitectura y luego en la construcción. Por fin, cuando la atracción de ocio y turismo se ha finalizado y abre sus puertas al público, su efecto es experimentable. Así es en el parque público Parc du Colosse de la isla Reunión, o en el parque de animales Bioparc, en Valencia, España, o en el centro de entretenimiento familiar Under The Sea, en Nairobi, Kenia, o en L’Aquadynamique, atracción del parque acuático Aquascope, en Futuroscope, Poitiers, Francia, o en…
Tomemos solo un ejemplo para no alargarnos demasiado: el mayor parque acuático de Bangladesh y el tercero de Asia, el Mana Bay Water Park. La respuesta a aquella pregunta que el personal técnico de la compañía dio al promotor —pero también a sí mismo— se materializó en cada rincón del parque acuático. En la vegetación, en la tematización, en las grutas con relieves enigmáticos, en los materiales, en las magnitudes y parámetros, en el imponente y misterioso volcán, pero también en la tecnología desplegada tras sus empinadas laderas, en el ritmo de sus erupciones simuladas, en el sonido que envuelve a los asombrados asistentes antes de lanzarse a la gigantesca piscina de olas… En este caso, el de Mana Bay Water Park, la respuesta a la pregunta original afirmaba que los visitantes, usuarios y turistas, niños, jóvenes y adultos, y las familias, sentirían asombro y sorpresa, y se verían transportadas a un remoto paraje de la Polinesia.
La Fórmula AL, como veis, está en lo que no se nota, casi ni se ve… aunque nunca se olvida. Es alquimia más que ciencia exacta. Una ecuación que solo se aprende con el tiempo y el oficio, que somete la física a la emoción. Con la Fórmula AL, la tecnología, el saber, la técnica, el diseño, la arquitectura, la construcción solo brillan por su capacidad para desaparecer y dejarlo todo a la experiencia. La Fórmula AL reside en esos detalles que nadie siente conscientemente pero que todos recuerdan. Al fin y al cabo, el asombro y lo extraordinario no es un accidente, sino una arquitectura; es reproducible, medible, asequible al diseño. En definitiva, detrás de cada universo hay un método: Fórmula AL.
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