Es común considerar que la ingeniería, en el contexto de la proyección y construcción de un edificio, únicamente debe ocuparse de los cálculos para cuando dicho edificio se ponga en servicio, es decir, cuando sea utilizado para cumplir su finalidad, ya sea como oficinas, viviendas, hoteles, etc. A menudo, sin embargo, los edificios deben superar situaciones críticas durante su construcción, momentos mucho más delicados que aquellos a los que los somete el cumplimiento de su función.

Así ocurre especialmente en aquellos edificios cuyo diseño se realiza en altura o que se materializan con sistemas de construcción rápida. En esas situaciones, las estructuras responden con comportamientos completamente distintos a aquellos que desarrollan en su estado final. Un ejemplo claro es el de la construcción de aquellos puentes que, para evitar apoyos en lechos de río de gran caudal o muy profundos, se inician desde ambas orillas para converger en un plano equidistante de ellas.

Pues bien, para que una ingeniería realice un diseño estructural adecuado, debe prever primero el proceso constructivo del edificio, especialmente en aquellos casos donde vaya a ser diferente o crítico. En la medida de lo posible, el diseño y los cálculos deben optimizarse para evitar que el proceso de construcción se convierta en un factor limitante. Eso podría generar costes adicionales que se habrían evitado.