La historia reciente de nuestras ciudades podría contarse en parte como un conflicto entre los peatones y los automóviles. Durante décadas, el urbanismo sacrificó plazas y bulevares en favor de la movilidad motorizada, al menos hasta que pensadoras como Jane Butzner Jacobs —divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista sociopolítica canadiense— alzaron la voz en los años 60. Su visión de «calles con ojos» (o «eyes on the streets»), es decir, espacios vivos que fomentan la vida social de los vecinos, sembró la semilla de lo que hoy llamamos paseos peatonales urbanos (city walks en inglés).

El laboratorio perfecto fue Copenhague, donde en 1962 la calle Strøget se convirtió en el primer gran experimento de peatonalización moderna. Contra todo pronóstico, lejos de hundir el comercio, lo revitalizó. Demostró así que las calles sin coches no son solo más humanas, sino también más prósperas.

En París, la Coulée verte René-Dumont (más conocida como Promenade Plantée) fue el primer ejemplo de reinvención de infraestructuras abandonadas. Sobre los arcos de ladrillo de una antigua vía férrea, los parisinos ganaron en 1993 un jardín elevado que serpenteaba entre edificios y ofrecía una secuencia de sorpresas: rosaledas perfumadas, bosquecillos de bambú y otros rincones, todo a varios metros sobre el asfalto de la ciudad.

Nueva York tomó el testigo con la High Line, quizá el proyecto de reconversión urbana más influyente del siglo XXI. Lo que era una estructura oxidada que amenazaba con derrumbarse, se convirtió en 2009 en un jardín suspendido donde dialogan la naturaleza y el diseño. Los arquitectos no impusieron un paisaje, sino que se inspiraron en la vegetación silvestre que había colonizado espontáneamente las vías. El resultado es un tapiz de plantas autóctonas que florece y se marchita con las estaciones, entre bancos que son esculturas y miradores que enmarcan el perfil de la ciudad como cuadros vivientes.

El milagro de estos proyectos no está solo en su belleza, sino en su efecto dominó. La High Line neoyorquina demostró ser un extraordinario catalizador urbano: los barrios que atraviesa, antes industriales y semiderruidos, albergan hoy la escena cultural más vibrante de Manhattan, con museos como el Whitney y galerías de arte que atraen a creadores de todo el mundo. Los precios del suelo se multiplicaron, sí, pero también lo hizo la diversidad de usos y de usuarios, en un ecosistema urbano mucho más rico que el original.En París, la Coulée verte René-Dumont (más conocida como Promenade Plantée) fue el primer ejemplo de reinvención de infraestructuras abandonadas. Sobre los arcos de ladrillo de una antigua vía férrea, los parisinos ganaron en 1993 un jardín elevado que serpenteaba entre edificios y ofrecía una secuencia de sorpresas: rosaledas perfumadas, bosquecillos de bambú y otros rincones, todo a varios metros sobre el asfalto de la ciudad.

Nueva York tomó el testigo con la High Line, quizá el proyecto de reconversión urbana más influyente del siglo XXI. Lo que era una estructura oxidada que amenazaba con derrumbarse, se convirtió en 2009 en un jardín suspendido donde dialogan la naturaleza y el diseño. Los arquitectos no impusieron un paisaje, sino que se inspiraron en la vegetación silvestre que había colonizado espontáneamente las vías. El resultado es un tapiz de plantas autóctonas que florece y se marchita con las estaciones, entre bancos que son esculturas y miradores que enmarcan el perfil de la ciudad como cuadros vivientes.

Como veis, gracias a los paseos peatonales urbanos, la ciudad recupera la escala humana, se reutilizan con ingenio infraestructuras obsoletas, se crean literalmente redes sociales entre barrios y calles que antes separaban barreras físicas y/o sociales, y se genera valor compartido, pues el beneficio económico va de la mano del ambiental y cultural.

En Barcelona, con el proyecto de las «supermanzanas», o en Seúl, donde han demolido autopistas para resucitar ríos enterrados, vemos arraigar esta perspectiva urbana, que se expande globalmente. Las ciudades del mañana no se medirán por su capacidad para acoger y dirigir el tráfico rodado, sino por la de crear espacios donde florezca una vida lenta, verde y compartida.

Por Tianshu Liu, arquitecta sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

Imagen de cabecera: @Freepik

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