Published On: 25.03.2024|Categories: Artículos|Tags: |

El nombre de Persia resonaba todavía como el imperio más extenso y duradero desde que los califas musulmanes lo conquistaron y erradicaron el zoroastrismo (entre el 633 y el 715 de nuestra era), cuando gobernaba el sultán Husayn (entre 1694 y 1722), uno de los últimos shas de la dinastía safávida. Corrían precisamente los primeros años del siglo XVIII cuando este sultán decidió sumar a la ruta de la seda, por petición de su madre, un nuevo caravasar. Así fue como nació el edificio del que hoy se conoce como Abbasi Hotel, en el casco antiguo de la antigua ciudad de Isfahán, Irán.

Los caravasares fueron grandes fondas que con altos muros, un portal único, patio interior y amplios establos, nichos y cámaras, daban cobijo, agua y seguridad a los polvorientos mercaderes y viajeros que recorrían los caminos del desierto, y a sus sirvientes y las bestias que los transportaban junto con sus mercaderías (camellos y caballos en su mayoría). En todo caso, poco después de su construcción, el sultán Husayn donó el edificio del actual Abbasi Hotel, como fuente de ingresos, a la madrasa Chahar Bagh para su sostenimiento y financiación. Gracias a ello, el caravasar siguió en uso durante los lustros posteriores, y también cuando el destino del país pasó a manos de la dinastía Qajar, que gobernó entre 1789 y 1925. Sin embargo, según las crónicas, el imponente caravasar donde hoy reside el hotel cayó en desuso a partir de su declive.

Por suerte, en ejercicio de su autoridad, el entonces sha Reza Pahlaví, primero de la nueva dinastía, nombró en 1928 director de los Servicios Arqueológicos Iraníes al arqueólogo, arquitecto e historiador del arte francés André Godard. Y este, al comprobar el deterioro del edificio histórico, mandó se procediera a su restauración y renovación en la década de 1950. Por fin, en 1966, el caravasar fue inaugurado oficialmente como hotel.

Hoy en día, Abbasi Hotel ya no acoge a viajeros cubiertos por el polvo del desierto ni a bestias de carga, sino que obsequia con sus 5 estrellas, sus ornamentos, sus jardines persas, sus fuentes, a los huéspedes y turistas que visitan la ciudad. Sin embargo, el edificio conserva la estructura propia de aquellos tradicionales y magníficos caravasares. Un «opulento aunque destartalado establecimiento», aseguraba la CNN en un artículo de 2017, «la casa de huéspedes más antigua del mundo» proclama el portal electrónico del hotel; o «vestigio irrepetible de la escuela de arquitectura de Isfahán y de la gloriosa época safávida»; o «edificio que ha sido calificado como una de las casas de huéspedes más bellas del mundo, según turistas nacionales y extranjeros, destacados historiadores y arquitectos».

Probablemente, uno de los aspectos más valorados del hotel por propios y extraños sea su amplísimo patio y el jardín cruzado de canales y fuentes, poblado de altos árboles, donde gravita un aire liviano en virtud de las abundantes «flores de aroma celestial». Por lo demás, sus interiores guardan un tesoro de artes persas, una rica decoración que evoca la de los palacios safávidas y qajaríes. Delicadas pinturas murales y miniaturas con arabescos y motivos florales, espejos, arcos de estuco recortado y mocárabes, relucientes vidrios de colores, puertas y ventanas enrejadas…

El hotel cuenta con 225 habitaciones, suites y apartamentos, cuatro restaurantes y un salón de té tradicional persa, además de salas para conferencias y eventos. Por último, añadiremos que ha sido seleccionado por el gobierno iraní para solicitar su inscripción como Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Fuentes: Abbasi Hotel, ToIran, CNN, Wikipedia. Imágenes: Abbasi Hotel.

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