La iluminación natural forma parte de la historia de la arquitectura desde sus inicios y su evolución ha seguido de cerca sus avances técnicos, culturales y sociales. Veamos un recorrido breve por dicha evolución:
En civilizaciones antiguas como la egipcia, la luz no solo cumplía una función práctica, sino que también tenía un fuerte simbolismo. Esto es evidente en templos como Abu Simbel, donde los rayos del sol iluminaban estatuas sagradas en momentos específicos del año, con la consiguiente carga espiritual del uso de la luz. Los griegos, por su parte, usaron la luz para destacar la proporción y el equilibrio en sus templos, como el Partenón. Los romanos, por su parte, perfeccionaron la técnica con elementos como el óculo del Panteón, que no solo iluminaba el espacio interior, sino que también conectaba al edificio con lo cósmico y lo divino.
En la Edad Media, la luz adquirió una dimensión mística, especialmente en la arquitectura religiosa. Las catedrales góticas, como Notre Dame, fueron diseñadas para elevarse hacia el cielo. En ellas, los ventanales y rosetones filtran la luz en complejos patrones multicolor. Esa luz no solo tenía una función práctica, sino que reforzaba el simbolismo espiritual de divinidad y trascendencia.
El Renacimiento recuperó principios clásicos de proporción y armonía. Arquitectos como Bramante y Miguel Ángel incorporaron en sus diseños cúpulas y claraboyas para optimizar la entrada de luz natural en edificios como la Basílica de San Pedro. Posteriormente, en el Barroco, la luz fue utilizada de forma dramática por arquitectos como Bernini. Este jugó con las sombras y los claros para crear contrastes que resaltan elementos clave de los espacios y dan un carácter teatral a la arquitectura.
La Revolución Industrial trajo consigo el uso del vidrio y el acero, lo que permitió la creación de grandes espacios iluminados, como las estaciones de tren, las fábricas y los invernaderos. Un ejemplo emblemático de esta época es el Crystal Palace de Londres, donde la luz, adaptada a las nuevas necesidades sociales y económicas, se convirtió tanto en un recurso técnico como en una herramienta estética.
En el siglo XX, el Movimiento Moderno situó la luz como uno de los elementos fundamentales del diseño funcional. Arquitectos como Le Corbusier optimizaron el uso de la luz natural con soluciones como las ventanas en cinta y los brise-soleil, que mejoran la iluminación interior y favorecen el confort térmico.
Hoy en día, la sostenibilidad es el eje central de la arquitectura y la luz natural juega un papel vital en ese aspecto, con la creación de espacios energéticamente eficientes. Proyectos como el Museo del Louvre en Abu Dabi combinan eficiencia energética con un diseño que maximiza el aprovechamiento de la luz solar. Con todo, la iluminación natural ha trascendido el papel espiritual que tenía en la antigüedad y ha pasado hoy a tener protagonismo en la sostenibilidad medioambiental.
Por Guillermo Ferrer, arquitecto sénior en el Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic