Las playas son destinos turísticos por antonomasia. Quienes disponen de unas vacaciones, acuden a ellas para disfrutar del sol y del baño, pero también de la suave y acogedora arena. En la industria del turismo y el ocio, las playas son un recurso fundamental, ya que atraen a multitud de turistas de todas las partes del mundo. Sin embargo, uno de los desafíos que enfrentan estas atracciones turísticas naturales y, por ende, el sector del turismo y el ocio, es su erosión por las corrientes marinas.
Efectivamente, en muchos lugares del planeta, estos flujos acuáticos dejan a las playas sin uno de sus principales atractivos. Y con el cambio climático, el problema se acentúa y miles de toneladas de ese material que define una playa viajan a caballo de las corrientes hasta las profundidades, lejos de las costas. Si además esa erosión se produce en los lugares en los que la población habita junto al agua, encontrar una solución es mucho más apremiante.
Las playas del golfo de Guinea, en el África Occidental, son de las que más rápidamente se erosionan del mundo. Países como Ghana, Togo, Benín, Nigeria, Camerún o Guinea Ecuatorial, en los que, precisamente, la población habita en las proximidades de la costa, sufren este problema. Según estimaciones del Banco Mundial que cita la publicación Grist, los efectos de la erosión podrían acabar con hasta el 5% del producto interior bruto de la región. Y la misma fuente nos advierte sobre el caso de Benín, país que se encuentra en una situación especialmente grave. Así, la erosión se cobra cada año hasta 13 m de sus costas y arrasa carreteras, casas, medios de subsistencia de pescadores, además de las playas. Y Lagos, la gran ciudad nigeriana, con 33 millones de habitantes (2015), se extiende sobre marismas a escasos metros sobre el mar, en grave riesgo.
Entre las soluciones habituales que las autoridades aplican se encuentran la construcción de espigones perpendiculares a la costa o el acopio de arena de las profundidades para su posterior descarga en las playas de forma artificial. Ambos casos representan soluciones a un problema que generan nuevos problemas. En el caso de los espigones, los rompeolas y las escolleras, además del coste de su construcción, el problema que plantean es que alteran considerablemente el hábitat marino y la limpieza paisajística de las playas. Al mismo tiempo, si bien evitan la erosión en los lugares en los que se establecen, la trasladan a otros puntos.
En cambio, la reconstrucción de las playas mediante el aporte de arena (lo que en inglés se conoce como «beach nourishment») es un método que tiene un enorme coste económico; además, es cuestión de tiempo que la arena aportada vuelva a desaparecer de la playa por efecto de la misma erosión. A este respecto, se estima que la reconstrucción de una playa permite afrontar el problema durante 5 años, tras los que será necesario volver a llenarla de arena; siempre, claro está, que una gran tormenta no se lleve de repente, en un solo día, toda la arena aportada.
Pues bien, una nueva estrategia para salvar las playas y todo lo que gira a su alrededor, sea el turismo, el ocio o las casas de quienes habitan en sus alrededores, procede de los Países Bajos (que tienen una larga tradición en la protección de las costas). Se conoce con el nombre de «motor de arena» (si traducimos literalmente el término en inglés «sand engine»), y consiste de forma general en utilizar las fuerzas de la naturaleza a favor de la conservación de la arena de las playas. En efecto, si se prolonga una sección de la playa hacia el interior del mar con un ángulo determinado, la acción natural del viento, las olas y las mareas la empuja y así actúa como «motor» para el aporte de arena.
El primer motor de arena se construyó en Ter Heijde (Países Bajos), entre enero y octubre de 2011, con un coste de €70 millones. Se desplazaron 21,5 millones de m3 de arena, dragada de 5 a 10 km mar adentro, para cubrir una superficie de 128 ha. En total, el motor de arena ocupó 2,4 km de costa y se extendió 1 km mar adentro. Con toda esa arena se creó una península en forma de gancho. A partir de ese momento, la acción natural hizo el resto.
En el caso particular de Ter Heijde, se prevé que el sistema añada unas 200 ha de superficie de playa. Además, si bien se consideró que el proyecto tendría una vida útil de hasta 20 años, sin embargo, en 2016 se concluyó que duraría incluso más tiempo. Como vemos, aunque los motores de arena exigen una inversión inicial mucho mayor que los procedimientos tradicionales de reconstrucción, protegen sin embargo más extensión de playa y duran mucho más tiempo (20 o más frente a 5 años). Si bien la perturbación local inicial es bastante grande, el estrés ecológico se limita al lugar de actuación. No obstante, el motor de arena estimula la biodiversidad a largo plazo y amplía el espacio de los ecosistemas locales.
En 2019 se construyó un motor de arena en Norfolk, Reino Unido, y el Banco Mundial financió otro, como parte de un plan destinado a luchar contra la subida del nivel del mar, en África Occidental. En todo caso, los motores de arena funcionan en zonas donde la erosión aún no ha alcanzado determinado umbral a partir del cual son inútiles para regenerar las playas. En Estados Unidos, por ejemplo, muchas zonas costeras están a punto de desaparecer, por lo que será necesario buscar otras alternativas para salvarlas.