Los campings son lugares para una forma moderna de actividad, la de acampar, que se remonta a varios milenios en el pasado. Probablemente sean las poblaciones nómadas de todo el mundo las primeras que hicieron de la acampada su forma de vida. Para trasladarse de un lugar a otro en busca de pastos o de mejores condiciones climáticas, necesitaban viviendas fáciles de montar, desmontar y transportar. Vestigios de esa forma de vida son los tipis de los indios nativos norteamericanos, los yurtas asiáticos o las jaimas del norte de África. Estas fueron las primeras tiendas de campaña de la historia. Pero, ¿cómo evolucionó la sana actividad de la acampada, desde aquellos remotos tiempos hasta los campings de la actualidad?

En tiempos de los grandes conquistadores como Alejandro Magno, y también después con el Imperio Romano, este tipo de alojamiento transportable para el descanso y la protección de soldados y oficiales durante los viajes de conquista, adquirió un uso exclusivamente militar. Posteriormente, la realeza europea también se valió de grandes carpas para alojarse con sus séquitos durante sus viajes, como ilustran varias pinturas clásicas famosas. Así pasaron muchos siglos, hasta que en 1855, un oficial del ejército de EEUU, inspirado por los tipis de los nativos, creó la primera tienda de campaña moderna.

Los primeros campings de la historia comenzaron a aparecer poco después, durante la segunda mitad del s. XIX y principios del XX. Por ejemplo, una primera aproximación fue el Gunnery Camp fundado en 1861 por Frederick Gunn, propietario de una escuela para niños en Washington, con la idea de practicar senderismo, pesca y la observación de la naturaleza. El primer camping de la historia quizá sea el que se inauguró en la Isla de Man en 1894. Su popularidad, y por ende la asistencia, aumentó hasta más de 600 personas por semana en pocos años, y en 1904 tuvo que ser ampliado para dar cabida a 1.500 tiendas extra y un comedor. En Francia, en cambio, la primera referencia al campismo llegó en 1898 de la pluma del viajero y explorador Lucien Baudry de Saunier. En sus crónicas se refirió a «las viviendas móviles, tiradas por caballos, de los aristócratas británicos». Según sus informaciones, era una actividad exclusiva de la nobleza, que recorría «sus inmensas tierras haciendo paradas para dormir» en sus caravanas equipadas incluso con bañeras.

Ya a principios del siglo XX, y antes de los estragos de la Primera Guerra Mundial, la acampada era practicada principalmente por excursionistas de la burguesía, miembros de la sociedad que disponían de tiempo libre, salud y medios para abandonar por un tiempo el aire contaminado de las grandes ciudades. El primer manual del campista, acompañado del diseño de un equipo de acampada fácilmente transportable, apareció en 1908 de la mano de Thomas H. Holding, un experimentado campista que viajó por Escocia e Irlanda en bicicleta. Y las asociaciones de campistas, que ya habían empezado a fundarse durante la segunda mitad del siglo XIX, se consolidaron y se ampliaron. Es el caso del Club Francés de Camping, establecido en 1910, o el de Les Campeurs de France creado en 1912 por el Touring Club de Francia. Algunas de estas asociaciones, ya en el periodo de entreguerras, compraron terrenos y crearon emplazamientos para la acampada.

Al mismo tiempo, se desarrollaron las caravanas y autocaravanas. Obra de artesanos en sus inicios, su popularidad creció y su producción se industrializó con los años. Arist Dethleffs, fabricante alemán de látigos y palos de esquí, construyó la primera caravana moderna en 1931, con la idea de que su mujer y su familia lo acompañaran en sus largos viajes de negocios. Y en 1951, también en Alemania, Volkswagen empezó a producir en serie y comercializar el modelo T1. Sin embargo, la producción y venta de caravanas no despegó hasta los años 60.

La generalización durante el segundo tercio del siglo XX de la semana laboral de 40 horas y las vacaciones pagadas, así como el auge del coche, fueron factores determinantes para el desarrollo del turismo masivo de acampada. Al mismo tiempo, y para evitar la progresiva degradación de las zonas naturales, se establecieron numerosas normativas destinadas a limitar las acampadas no autorizadas, lo que significó al mismo tiempo un nuevo impulso para las zonas de acampada reguladas y los campings. Y así ha sido como, desde entonces, ya en nuestros días, los campings se han convertido en una forma de hacer turismo a escala planetaria.