«El agua es el vehículo de la naturaleza», escribió Leonardo da Vinci en uno de los manuscritos que dedicó a la observación de fenómenos naturales. A juzgar por la importancia que, según atestigua la cita, el sabio del Renacimiento concedió al líquido elemento, no es de extrañar que mereciera el apodo de «maestro del agua» en un momento de su vida. Así se refieren a él en los registros del gobierno de la República de Florencia, su patria. Y es que, efectivamente, el erudito manifestó un interés constante por el estudio del flujo y reflujo de las mareas, el orígen de ríos y océanos, el ciclo del agua, la erosión, las inundaciones, la lluvia y las tormentas, y, en general, el comportamiento natural del agua.
En sus códices se encuentran citas como, por ejemplo, la que se refiere a la descripción de las ondas en el agua: «La onda huye del lugar de su creación y el agua no se mueve del sitio, a semejanza de las ondas que el viento produce en mayo sobre los trigales, cuando se las ve correr por los campos, pero los trigales no cambian de lugar». Y también otras más generales, como es el caso de la siguiente recomendación: «Acordaos cuando os refiráis al agua, de alegar primero la experiencia y luego la razón». Precisamente, fue él quien observó, por la experiencia, que determinado movimiento de las burbujas al ascender en el agua no se ajustaba a lo que la razón podía alegar. Así descubrió el misterio que dio en llamarse «paradoja de Leonardo».
En efecto, el sabio florentino observó que algunas burbujas recorrían el ascenso a través de la lámina de agua en una trayectoria recta, mientras que otras, sin razón aparente, la recorrían a lo largo de trayectorias periódicas en zigzag o espirales. La explicación a este fenómeno esquivó todos los esfuerzos de la ciencia durante los pasados 500 años, hasta que, por fin, un equipo formado por el profesor de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel Herrada, y otro de la Universidad de Bristol, Jens Eggers, han conseguido «alegar» una razón para que sea así.
Fue la revista estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciences la que publicó el pasado martes 17 de enero los resultados del estudio de los dos profesores. En él resuelven el enigma mediante «mediciones de alta precisión del movimiento inestable de las burbujas» y «simulaciones numéricas de las ecuaciones hidrodinámicas» de gran complejidad (es decir, las llamadas ecuaciones de Navier-Stokes, que describen, en derivadas parciales no lineales, el movimiento de un fluido viscoso). Por fin, Herrada y Eggers concluyeron, después de cinco siglos desde que el gran sabio del renacimiento observara el extraño comportamiento, que las burbujas «se desvían de la trayectoria recta en el agua si su radio esférico supera los 0,926 milímetros».
En definitiva, tal como explica Herrada, él y el profesor Egger proponen «un mecanismo para la inestabilidad de la trayectoria de la burbuja en el que una inclinación periódica (…) cambia la curvatura [de su superficie], lo que afecta a la velocidad de ascenso y provoca un bamboleo (…), inclinando hacia arriba el lado de la burbuja cuya curvatura ha crecido. A continuación, a medida que el fluido se mueve más deprisa y la presión desciende alrededor de la superficie de alta curvatura, el desequilibrio de presión devuelve la burbuja a su posición original, reiniciando el ciclo periódico». Sea, Leonardo da Vinci puede descansar en paz.
Encontráis la publicación del trabajo de Herrada y Egger a través del siguiente enlace: ESTUDIO.
Fuentes: Vice, Biotech Magazine and News, Fundación Aquae, Crítica de Libros.