¿Cuál es el secreto para que las estructuras cuya construcción se llevó a cabo en tiempos del Imperio Romano sean tan duraderas? Una de las respuestas habituales es que el secreto está en el uso de materiales naturales de gran resistencia a la intemperie y en un diseño que se fundamenta en la transmisión de esfuerzos por compresión y que, por tanto, evitan los debidos a la tracción, que produce fisuras a largo plazo. Sin embargo, la realidad es más compleja.
Efectivamente, ni uno solo de los sillares que sostienen actualmente el famoso Acueducto de Segovia, por ejemplo, ha resistido el paso del tiempo sin intervención; o, dicho de otra forma, ninguno de sus pilares o arcos se encuentra en su estado original. Muy al contrario, los monumentos históricos de su tipo han sido restaurados a lo largo del tiempo, desde su construcción inicial.
Así, muchos de los edificios famosos han sido tratados con resinas bicomponentes reforzadas con fibras de carbono; o se han restaurado sus juntas, ya sea con morteros similares a los utilizados por los romanos o con materiales de última generación. Al fin y al cabo, el patrimonio histórico de un país es un activo de gran valor, aunque el coste de su conservación sea elevado.
En todo caso, los proyectos de restauración se llevan a cabo con minucioso cuidado. Estos incluyen la catalogación y documentación, con técnicas avanzadas como la medición por ultrasonidos, del estado actual de conservación del monumento y sus materiales. En función de los resultados, se adoptan las medidas correctivas necesarias. Limpieza, retirada de elementos dañinos, reintegración de materiales faltantes, consolidación estructural y restauración estética son solo algunas de esas medidas.
Así, cuando veáis un monumento histórico, además de pensar en lo bien que construían nuestros antepasados y en lo bonito que es, debéis reflexionar igualmente sobre lo bien que conservamos su legado.
Por Jorge Laguna, jefe de la sección de estructuras del Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic