Aunque un cálculo estructural sea impecable, si la estructura resultante se apoya sobre un terreno deficiente, insuficiente para soportar sus cargas, o sobre cimientos que ignoran este hecho, el resultado será un fracaso, incluso catastrófico. En estos casos, precisamente, las cimentaciones profundas son la respuesta adecuada de ingeniería. Y es que dichas cimentaciones transfieren las cargas de la estructura a capas más estables del suelo, por más profundas que se encuentren.

Estas cimentaciones se emplean tanto en edificios nuevos como en los existentes, aunque en este último caso suelen utilizarse micropilotes, es decir, pilotes de un diámetro reducido para minimizar el impacto en la estructura ya construida. Además, suelen fabricarse con materiales como el acero, que incrementa la capacidad portante, pero también los costes. No obstante, sean como sean las cimentaciones profundas, no se recomienda recurrir a ellas de forma sistemática, pues aunque son las más seguras, también son las más costosas.

La Ciudad de México nos proporciona un ejemplo paradigmático que ayuda a comprender la cuestión. Esta ciudad se edificó sobre una antigua laguna, con suelos blandos y en proceso de subsidencia. En ella, las construcciones antiguas —como iglesias de piedra— se apoyan directamente sobre el terreno y se hunden progresivamente. En cambio, los edificios nuevos, cimentados sobre pilotes, mantienen sus cotas, lo que genera un contraste visible, pues, con el tiempo, las estructuras antiguas quedan por debajo de las modernas.

Por Jorge Laguna, jefe de la sección de estructuras del Dpto. de Arquitectura de Amusement Logic

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