La arquitectura se excava en la roca, de modo que los gruesos muros pétreos almacenan el frescor nocturno y lo liberan a lo largo del día. Así estabilizan la temperatura interior sin recurrir a grandes sistemas mecánicos. Las aberturas talladas de forma orgánica en el medio actúan como lucernarios y túneles de viento: capturan la brisa, inducen corrientes cruzadas y bañan los espacios con una luz tamizada que evita el deslumbramiento.
El trazado sinuoso responde a los pasillos naturales del emplazamiento; cada curva proyecta sombra sobre la siguiente y reduce la incidencia solar directa. La transición entre interior y exterior es porosa: suelos de arena compactada, textiles de lino y puertas de madera diluyen los límites y facilitan que el aire circule libremente.
Esta estrategia pasiva se complementa con vegetación autóctona en macetas de terracota que acumulan humedad durante la noche y la entregan al aire al amanecer. El resultado es un refugio que convierte la inhóspita aridez en confort térmico, que combina optimización climática y celebra la misma roca que lo cobija.